¿Quién no conoce a alguien, quizá usted mismo, que alguna vez haya acudido a su médico aquejado de un intenso dolor en el pecho, o en la espalda o dificultades para respirar… creía que se moría… y tras los análisis de rigor y el electrocardiograma preceptivo nos encontramos con la frasecita impactante de “pues tiene usted un análisis de libro” ó “tiene el corazón que ya lo querría yo para mí”?. Y nos vamos con el dolor y el enfado (¡que no tengo nada!, me han dicho).

Realmente es una manera poco empática de decirle que, afortunadamente, no tiene nada alterado en su corazón, pero sí tiene un sufrimiento, psíquico, y se llama ANSIEDAD ó ANGUSTIA.

Se llama así a una vivencia de temor, que puede persistir prolongadamente en el tiempo, que puede manifestarse de distintas maneras y aparecer puntualmente en forma de intensas crisis.

La ANGUSTIA nos provoca sensaciones físicas desagradables ( nudo en la garganta o en el estómago, taquicardias, palpitaciones, temblores,…) y un sentimiento como de “malestar difuso”.

Pero sentir ANGUSTIA no siempre es signo de enfermedad. Al contrario, la angustia llamada existencial, es capaz de dinamizar aspectos creativos y de crecimiento en un individuo. Por el contrario, la angustia-enfermedad, la que nos bloquea y nos impide pensar y movernos, es la que viene producida por un conflicto psíquico. Y puede ser a su vez de raíz neurótica ó psicótica.

En la ANSIEDAD podríamos hablar también de una vivencia de temor, pero con un predominio de síntomas psíquicos, como si se esperara algo negativo, peligroso; y presenta una tendencia al movimiento, a la inquietud. La angustia es más paralizante. La ansiedad a veces no nos deja parar.

Hoy día sabemos que no hay enfermedades sino personas enfermas, personas que sufren y cada uno tenemos una manera especial de manifestar ese sufrimiento. El terapeuta puede y debe entender esa manera suya, de usted. Y, así, ayudarle a que encuentre mejores niveles de bienestar.